Esta es la historia de Venárez, un pequeño pueblo al que su rey tenía completamente bajo control. No era cruel con sus habitantes, jamás usó la violencia. Simplemente se basaba en la desinformación de su gente para que éstos acataran, sin ningún reparo, todas las leyes que proponía.
La educación que recibían los habitantes de Venárez era muy básica; de pequeños aprendían a leer y a escribir, cuidar el campo, talleres de trabajos manuales y lo más imprescindible de las matemáticas. Además, al ser un pueblo cercano al mar y la montaña, con un clima agradable y bellos paisajes… ¿Quién se querría ir de allí?
La familia real llevaba en Venárez desde tiempos inmemoriales, no se recordaba ninguna guerra, votación, y como nadie conocía a ciencia cierta la historia de su propio pueblo, tampoco se preocupaban en preguntar a sus mayores, ya que sabían que las respuestas de éstos no les iban a resolver muchas dudas. El rey, realmente era de otro pueblo y otra cultura bien distintas, y con un poco de arte, sabía manejar fácilmente el rebaño sin que éste pusiera la más mínima oposición. Cuando algo no era de su agrado, manipulaba a la prensa local para que todo el pueblo se enterase de lo mal que se habían portado fulanito o menganito, con los correspondientes linchamientos y manifestaciones en su contra. Librerías y bibliotecas no tenían cabida en Venárez, pueblo más bien de gimnasios y restaurantes de comida rápida.
Una vez, un habitante de Venárez pensó en lo poco que pensaba la gente de allí, lo poco que sabían a parte de sus propias tareas e ideó un plan para que todos sus vecinos supieran un poco de todo, y estuviesen más culturizados. Colocó en medio de la plaza, una mesa grande y bonita, bien labrada, en la que había diferentes casillas que había etiquetado, estaban las más básicas como las de “horticultura” y “cocina” hasta “publicidad” o “diseño”. En un principio no se le hizo mucho caso a la “Mesa de las etiquetas” pero cuando el primer vecino contó lo bien que le había ayudado leerse un par de líneas de un libreto de “gimnasia” todos pasaban las tardes yendo y viniendo de aquella mesa colocando y utilizando las etiquetas a su placer. ¡El saber no tiene cabida! decía el creador de la mesa, mientras la hacía mas grande debido al éxito que estaba teniendo su idea.
Cuando el rey se enteró de lo que pasaba en el pueblo, quiso destruir aquella mesa y quemar todos los panfletos, sabía que todo eso no le iba a traer nada bueno y pensaba que lo único que conseguiría sería un pueblo rebelde, así que mandó a la guardia quitar la mesa, de noche, cuando nadie les mirase, dejando una nota que rezara “Artefacto creado por y para el mal, eliminado por su majestad en beneficio de todos”
La respuesta del pueblo fue evidente, jaleo, manifestaciones, ruido en contra del rey, pero éste sabía como mantener a sus subordinados, así que mandó a la prensa un comunicado en el que ponían al humilde creador de “la mesa” de vuelta y media. Difamaciones, calumnias, mentiras… El creador de “la mesa” fue a la cárcel y el pueblo comprendió que realmente aquel que les regaló aquella idea realmente era una mala persona y nadie más se quejó.
En su pobre ignorancia fueron felices y comieron perdices, el rey siguió manejando a un rebaño sin cultura y éste se dejó sin rechistar.
Quique Jiménez Almagro, @AkaJito7
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